De acuerdo con los testimonios de quienes ocuparon la presidencia de México, el punto cumbre del poder presidencial ocurre hacia el quinto año del sexenio, cuando deciden o al menos buscan decidir quién será el candidato presidencial del partido en el poder.
A partir del llamado ‘destape’, empieza una erosión gradual del poder del presidente en turno.
En circunstancias, además, en las que hay competencia electoral intensa, la definición del candidato opositor o de los candidatos opositores, también puede suponer una pérdida de poder para el presidente en funciones.
No quiere decir que las atribuciones constitucionales del presidente cesen, de ninguna manera.
Pero, en México (y en otros países con sistemas presidencialistas) existen los llamados ‘poderes metaconstitucionales’, como el derecho a decidir la candidatura presidencial.
En los viejos tiempos del PRI, ese poder presidencial tenía un margen limitado, no se podía nombrar a cualquiera, pero sí al preferido del presidente dentro del grupo de sus colaboradores.
La paradoja, y también sabiduría del sistema político mexicano, determinaba que el ejercicio máximo del poder implicara también el comienzo de su pérdida.
Esta dinámica política del sistema mexicano se interrumpió en cuanto comenzó la modernización política y económica del país.
El elegido por Salinas en 1993, Luis Donaldo Colosio, no pudo ser su sucesor pues fue asesinado y llegó Ernesto Zedillo, que no era el favorito del presidente.
El elegido por Zedillo, Francisco Labastida, no pudo ser su sucesor, pues Vicente Fox ganó la elección.
El preferido de Fox, Santiago Creel, no pudo ni siquiera ser candidato presidencial.
Por quien se inclinaba Calderón, Ernesto Cordero, tampoco logró ni siquiera la candidatura del PAN.
Y el seleccionado por Enrique Peña, José Antonio Meade, perdió la elección frente a López Obrador.
El último presidente de la República que realmente pudo designar a su sucesor fue Miguel de la Madrid, cuando optó por Carlos Salinas.
La regla no escrita pero vigente en México que permitía a los presidentes heredar su poder en realidad duró desde que Lázaro Cárdenas optó por Manuel Ávila Camacho, hasta que De la Madrid tomó su decisión, pues previamente tuvimos el Maximato en el que era Plutarco Elías Calles, el Jefe Máximo, quien ponía y quitaba presidentes.
Fueron 48 años, es decir, ocho sucesiones presidenciales con la dinámica política que describimos.
López Obrador pretende que en esta ocasión regrese ese mecanismo que no ha podido funcionar en las últimas cinco ocasiones.
Él quiere la libertad de elegir al candidato o candidata de su preferencia y quiere que se convierta en su sucesor o sucesora.
Pero, todo apunta a que además quiere algo más, algo a lo que muchos han aspirado sin lograrlo: evitar que el poder presidencial se le erosione y en el “séptimo año” de su sexenio seguir mandando.
Hay muchos que ya imaginan en 2025 y adelante los frecuentes viajes a Palenque que habrían de realizar políticos, empresarios y todos aquellos que desearan algo del poder político en México.
Pero, además, hay otro factor de poder con el que podría contar AMLO después de dejar su cargo, con el que ningún otro presidente ha contado: la revocación de mandato.
Al haber introducido esa figura, AMLO sabe que podría poner en jaque a un gobierno que no fuera de Morena o incluso a uno de Morena, que él considerara que se ha desviado de su proyecto.
La norma constitucional establece que la revocación del presidente en funciones se hace efectiva si en esa consulta vota al menos el 40 por ciento del padrón electoral.
El plazo para solicitar la revocación es en los tres meses posteriores al término del tercer año de mandato. Es decir, entre octubre y diciembre del 2027.
Si AMLO quisiera ‘derrocar’ legalmente al próximo presidente de la República, bastaría con que lo apoyara poco más del 20 por ciento de la lista nominal en caso de lograr que votara el 40 por ciento de los electores.
Se trata, al momento, de 19.1 millones de ciudadanos, apenas poco menos de las dos terceras partes de quienes votaron por él en la elección del 2018.
Para quedarse en el poder, AMLO no tendría que reelegirse ni extender su mandato.
Hay otras fórmulas para hacerlo.
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