Desde este espacio hace tiempo vengo militando (sin mucho éxito) la idea de que nuestro futbol requiere imperiosamente un plan estratégico de formación de entrenadores. Hay gente del medio que entiende que el hecho de que no haya más técnicos mexicanos en Liga MX está más relacionado con las escasas oportunidades que con la falta de preparación. Es probable que ambos enfoques sean correctos y complementarios.
Para este torneo: Atlas, Puebla, Pumas y Tigres apostaron por jóvenes locales en la dirección técnica; a ninguno se le ha tenido paciencia y han sido salvajemente cuestionados desde la prensa. Las comparaciones son odiosas y suelen ser injustas y/o sesgadas, pero me pregunto: ¿es mejor la performance de Gerk en Gallos que la de Rafa Puente en Pumas? ¿Supera lo de Lillini en Necaxa a lo hecho por Mora con Atlas? ¿Jugaba el Tigres de Cocca mucho mejor que el de El Chima?
En momentos de crisis como la eliminación de Qatar nos llenamos la boca de frases nacionalistas que tienen tanto sentimiento como poco contenido. La faena la rematamos cuando un joven local levanta la cabeza y tiene su oportunidad: a la primera, lo sometemos al escarnio público.
Con razón nos quejamos de cosas que suceden en nuestro futbol, pero también es importante poner en valor el desarrollo institucional (penosamente sin su equivalencia en lo futbolístico) que hemos vivido en los últimos años. En todos lados se cuecen habas. Recién arranca el año y en tres de las top cinco ligas de Europa han emergido sendos escándalos: en la Premier “el caso del City”; en el Calcio, la sanción a la Juve por “el caso plusvalías” y, recientemente, en la Liga española, el “caso Negreira-Barcelona”, que todavía ignoramos el alcance de las esquirlas.
El FIFA gate tampoco nos rozó…, evidentemente hay cosas para rescatar.
Al citar el caso Negreira, por su vinculación con el Barca, es imposible no hacer referencia al derby del fin de semana pasado donde los de Xavi extendieron su racha sobre el Madrid. Un clásico donde la figura fue un futbolista que tiene pocos flashes, pero muchísimo futbol: Sergi Roberto.
Nada lo hace de forma extraordinaria, pero casi todo lo hace bien. Su gran virtud es el conocimiento del juego: toca cuando hay que tocar, conduce cuando hay que conducir y siempre entiende el espacio que tiene que ocupar. Suele pasar desapercibido para el gran público, pero el polifuncional jugador formado en la Masía es de la clase de jugador con la que todo entrenador quiere contar en un plantel.
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