La semana pasada supimos de un intento de asesinato por los rumbos de la Terminal 2 del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, en el que el blanco del ataque, un empresario restaurantero y su escolta resultaron heridos, mientras que el asesino a sueldo, el sicario de sólo 18 años, falleció a causa de la respuesta al ataque. Sicario, esa palabra sacada del cajón de los términos rebuscados y puesta hoy de moda por la prensa roja, tan adicta a trivializar la tragedia con florilegios lingüísticos, es ahora de uso común, y es parte de una nueva normalidad, cínica y emocionalmente anestesiada, que ignora lo que sucede, como escribe Fernando Escalante (https://www.nexos.com.mx/?p=61030), que no se asombra ya ante la noticia de la muerte de un matón que apenas era un muchacho, y que por alguna razón, como muchos otros, decidió abrazar la vocación de asesino. Quién sabe qué circunstancias conducen a que una persona de esa edad decida comprometer su futuro prestando sus servicios como pistolero. Quién sabe qué razonamiento y cálculo llevan a un hombre joven a vivir al filo de la muerte, repartiendo él mismo la muerte a otros, matando a personas que no conoce, a cambio de dinero.
En 2001, John J. Donohue y Steven D. Levitt publicaron un estudio en el que se vinculaba la dramática reducción del crimen en Nueva York durante los años 90 a la legalización del aborto en los años 70. La idea central detrás de la propuesta de Donohue y Levitt es que con el aborto legalizado, hubo menos nacimientos provenientes de embarazos de adolescentes, de madres con adicciones, de hogares rotos y en general, menos nacimientos de niños no deseados, que eventualmente crecerían en un ambiente de indiferencia, pobreza y violencia intrafamiliar y que eso los llevaría a convertirse en criminales. Esta propuesta coincide con la tesis de la mexicana Karina G. García Reyes, profesora de Sociología de la Universidad de Bristol, para la que entrevistó a un grupo de narcotraficantes que precisamente sentían que no eran deseados ni queridos por sus padres. “En las entrevistas un tema recurrente fue el rencor que los participantes sentían en contra de sus padres. De hecho, 28 de los 33 entrevistados admitieron que en algún punto de sus vidas su mayor ilusión era matar a sus padres. La violencia doméstica y de género son las primeras experiencias de vida de estos participantes”. (https://theconversation.com/morir-es-un-alivio-33-exnarcos-explican-por-que-fracasa-la-guerra-contra-la-droga-en-mexico-129484).
Según los datos del Inegi, en 2020 en México había poco más de 20 millones de hombres entre 15 y 34 años. Es posible que esta sea una de las cifras más grandes –en proporción de la población y en números totales–, de hombres jóvenes que hayamos tenido en la historia. La pobreza, el subdesarrollo, la falta de crecimiento y de empleos hace que muchos de estos hombres jóvenes no encuentren en el estudio y el empleo formal la respuesta a sus necesidades económicas y a sus expectativas de vida. Es natural que busquen alternativas que les ofrezcan esa salida de desarrollo personal que los canales institucionales les niegan. Muchos de ellos además, provienen de hogares en los que no se sienten deseados y en donde conviven de forma habitual con la violencia intrafamiliar, el crimen de la calle, el bully escolar y una gran frustración económica. Todas estas circunstancias juntas pueden ser una de las causas raíz de la violencia en México, junto a otros factores como los cambios estructurales en el mercado de drogas de las últimas décadas, que convirtieron a México de un país de paso, de tránsito, a un país de consumo, un mercado en sí mismo, en donde como hemos visto, los narcos se pelean las plazas sin cuartel.
Han pasado tres gobiernos después del inicio del despunte de la violencia criminal en México y es obvio que no ha sido tiempo suficiente como para hacer una valoración adecuada sobre qué es lo que ha pasado y está pasando y qué debemos hacer para detener esta masacre homicida que como señala Escalante, ya tiene impacto en los registros demográficos. Cambios de estrategias, discursos y acusaciones políticas vacías de evidencia no han servido para contener o bajar la violencia; al contrario, ésta cada vez es peor. Cada vez más jóvenes optan por dedicar sus vidas a acabar con las de los demás. El programa Jóvenes Construyendo el Futuro tiene la intención de atender directamente este problema, pero no parece haber tenido aún un impacto relevante y no sé si lo vaya a tener en el futuro. La solución real a este dilema es crear las condiciones para que esos jóvenes cuenten con opciones reales y atractivas de formación y desarrollo profesional que parezcan mejores que la opción de convertirse en sicarios. Esas opciones necesariamente se construyen desde el crecimiento económico y la generación de más y mejores empleos, bien pagados y con horizonte de desarrollo. Sin eso, no va a ser posible atender las aspiraciones de esos hombres jóvenes que ante el sombrío horizonte que enfrentan, prefieren sumarse a un cada vez más robusto ejército de sicarios.
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