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on Quijote, perpetuado en los mexicanos, es un puro chiste que lucha por la verdad de la esencia de un sujeto contra la mentira de los accidentes de su accionar cotidiano: hace reír al provocar admiración y resulta provocador de risas.
Sólo por un momento suspende las burlas y las trueca en pésames. Aquel en el que concuerda la forma del carácter y el fondo de las representaciones.
Es El Quijote un querer escribir la locura
y la extravagancia hasta hacerlas desaparecer, excluirlas, pero sin borrarlas, el casi inverosímil, pero real funcionamiento del aparato síquico, un delirio abierto al infinito entre lo oculto y lo declarado, entre lo latente y lo manifiesto, entre esa escritura interna que siempre está amenazada con el borramiento. Se trata, entonces, del lenguaje de la razón en la impecable lógica del delirio, de la sensibilidad y los sueños. El lenguaje que es, a la vez, la ruptura y el enlace con la locura que a todos nos habita.
El Quijote corrió y corre permanentemente el riesgo (y eso es no la vida misma) de no tener sentido. Mas sin ese riesgo, ni el Quijote ni la existencia lo serían. El Quijote revela y oculta palabras convertidas en encantamiento verdaderamente mágico por su forma, por ser emanaciones sensibles.
Así, vemos cómo sus personajes con sus vestimentas y sus gestos
componen verdaderos jeroglíficos que viven y mueren para volver a renacer y a morir, y que son máscaras del mismo. Cervantes (El retablo de maese Pedro y los de orfebrería y colores).
Jeroglíficos de tres dimensiones que se bordan, a su vez, en un cierto número de gestos, de signos misteriosos que corresponden a no se sabe qué realidad fabulosa y oscura que en la concepción occidental se hallan reprimidos.
Entre el delirio y el sueño: Cervantes y Freud, de José Cueli, 2010. La Jornada Ediciones
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